Un joven fue un día a acercarse a un Maestro de esgrima para ser su alumno. El maestro aceptó y dijo: “A partir de hoy, tu iras cada día a cortar troncos en el bosque y a buscar el agua en el río”. Esto fue lo que el joven hizo. Despues de tres años, se dirigió al maestro y le dijo: “Yo he venido para aprender la esgrima y hasta ahora ni siquiera pasé la puerta del Dojo…”.
“Muy bien, – le dijo el Gran Maestro -, pues hoy tu entrarás. Sígueme. Y desde este momento, tu haces toda la marcha alrededor de la sala, pisando cuidadosamente el borde del tatami pero sin traspasarle jamás…”
El discípulo practicó el ejercicio durante un año, al fin del cual él se encolerizó hasta tal punto que se dirigió al Maestro y gritó: “Me voy, no he aprendido nada del arte que vine a aprender”
“No, – le dijo el Maestro – hoy voy a continuar enseñándote. Ven conmigo…”
El Maestro llevó al joven frente a una montaña, seguidamente al borde de un precipicio enorme. Un tronco de árbol estaba haciendo de puente sobre el vacío…
“Pues bien, pasa para el otro lado”, dijo el Gran Maestro al discípulo, que estaba lleno de terror.
Mirando al abismo, lleno de miedo y de vértigo, el joven estaba paralizado. En ese momento llegó un ciego, que tanteando con su caña, sin rechistar, se mete sobre el frágil pasaje y pasa tranquilamente.
No fue preciso más para que el joven perdiera el miedo, y a su vez pasará rápidamente al otro lado.
Su maestro le dijo: “Tu dominaste el secreto de la esgrima: abandonar el ego, no temer a la muerte, ser indiferente a las circunstancias adversas. Cortando troncos, desarrollaste la musculatura, marchando con atención al borde del tatami perfeccionaste tu equilibrio, y hoy comprendiste el secreto de la “Via del sable”
Cuento tradicional del Oriente
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